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Primera parte



Estación Chajul no es una cabeza de playa.

Al contrario, a través de la organización no gubernamental Natura Mexicana, es la expresión más inteligente que hemos logrado crear los mexicanos en defensa de los bosques de lluvia sobrevivientes en el extremo suroriental de Chiapas, los de la selva lacandona, estratégicos para la viabilidad ambiental de México.

Los que generan el 30 por ciento del agua dulce en nuestro país. Los que conservan la más importante biodiversidad en América del Norte.

Estación Chajul es un caserío instalado a doscientos metros de la orilla del río Lacantún en el que se defiende con el conocimiento científico y la conciencia social lo mejor del patrimonio natural de México. El pueblo de Chajul, con sus familias campesinas que han desmontado la selva en los últimos cuarenta años --pero con sus ejidatarios que ahora se proponen una vinculación sustentable con la selva--, está a poco más de un kilómetro, en la otra orilla, la que tiene a sus espaldas Guatemala.

Pero hasta allá, en ese extremo suroriental de la selva chiapaneca,  con el secuestro de Julia Carabias Lillo en los primeros días de este mes de mayo del 2014, llegó la violencia que azota a la sociedad mexicana.

¿Por qué esta agresión a Natura Mexicana?

La respuesta la encontraremos en la historia de esta entrañable organización civil mexicana. A la que dedicaremos nuestro mejor ánimo para narrarla en las próximas semanas.



1

 

15 de mayo del 2014

 

Estación Chajul alberga el proyecto civil de investigación científica y preservación de la biodiversidad más importante en México: Natura Mexicana, la organización no gubernamental, sin fines de lucro que encabezan desde hace más de veinte años Julia Carabias y Javier De la Maza, biólogos mexicanos que han dedicado su vida a la defensa de Montes Azules, en la selva lacandona.

Y con ellos, decenas de científicos y promotores sociales que impulsan el rescate desde las propias comunidades campesinas de los manchones de selva que han resistido al desarrollo de la economía agropecuaria implantada a través de repartos ejidales en los años setenta.

Y por ellos, la participación más acabada de la sociedad mexicana en defensa del patrimonio natural: instituciones académicas como la UNAM y sus facultades de Ciencias, Química y su Instituto de Biología, la Autónoma Metropolitana, la Autónoma de Nuevo León, el Colegio de la Frontera Sur; y organizaciones civiles, entidades gubernamentales y  empresas públicas y privadas como PEMEX, el grupo CARSO, el Instituto Nacional de Ecología, el Fondo Mexicano para la Conservación de la Naturaleza y el Centro Interdisciplinario de Biodiversidad y Ambiente, A.C.

Natura Mexicana es una organización civil dedicada al desarrollo de programas de conservación, restauración y  manejo sustentable de los ecosistemas naturales en  290 mil hectáreas de la cuenca media del río Usumacinta, dentro de la Selva Lacandona en la Reserva de la Biósfera Montes Azules. Justo el territorio en el que se genera el 30 por ciento del agua dulce en México.

Con acciones bien definidas: conservación de 290 mil hectáreas en Montes Azules; resolución de antiguos conflictos agrarios desde una perspectiva ambiental; recuperación y sostenimiento de especies en peligro de extinción; generación de programas de promoción, difusión y educación ambiental para las comunidades locales para la conservación, manejo y restauración de la Reserva y sus áreas de influencia.

Así, con un pie sobre la orilla norte del río Lacantún, la selva sobreviviente, y el otro en la región de los ejidos de los municipios de Marqués de Comillas y Benemérito de las Américas, Natura Mexicana desarrolla una lista larga de proyectos:

 

1. Conservación de ecosistemas terrestres y especies prioritarias.

a) Monitoreo de mamíferos (en las reservas).

b) Monitoreo de anfibios y reptiles (en las reservas).

c) Programa de recuperación de la guacamaya roja en la cuenca del río Lacantún (en las reservas).

(Estos se hacen para conocer el estado de conservación de la selva en la reserva).

d) Asesoría técnica para inscribir superficie de selva conservada en ejidos mediante Pago por Servicios Ambientales (en los ejidos del municipio Marqués de Comillas).

 

2. Manejo de recursos naturales en ejidos (a partir de la superficie conservada con PSA).

a) Unidad de Manejo y Conservación de la Vida Silvestre (UMA)- Mariposario "la casa del Morpho (en ejido Playón de la Gloria).

b) Ecosturismo - Hotel ecoturístico Canto de la Selva  (ejido Galacia.)

c) Ecosturismo- Campamento Tamandua ( ejido Flor del Marqués).

d) Ecosturismo - Centro de visitantes y descenso de arroyo en kayak (ejido El Pirú).

e) Ordenamientos Territoriales Comunitarios (uno en microrregión: ejidos Chajul, Playón, Flor, Adolfo López Mateos y el Pirú, otro en ejido Quiringuicharo y 2 más en proceso en Nueva Reforma y Santa Rita).

 

3. Conservación de ecosistemas acuáticos.

a) Diagnóstico del estado de conservación de ríos y arroyos usando bioindicadores (peces, moluscos, helmintos parásitos de peces, insectos acuáticos) y parámetros físicos (en RMBA).

c) Diagnóstico de especies acuáticas invasoras y exóticas (en Reserva y ejidos).

d) Implementación de ordenamiento pesquero comunitario y reglamentos de pesca (en ejidos).

e) Operación de unidades de producción piscícola que usan especies nativas (en ejidos).

f) Restauración de riberas y de perforaciones (claros que se a.bren en una matriz de selva conservada) (en ejidos).

 

4. Fortalecimiento de capacidades y educación ambiental.

a) cursos de capacitación a profesionistas

b) cursos de capacitación a ejidatarios

c) educación ambiental

 

5. Incidencia en la formulación de políticas públicas.




http://www.naturamexicana.org.mx/

 

2

 

29 de abril del 2014

 

A la estación sólo llegas en lancha. No hay otra forma de penetrar en la espesura que guarda a los insectos y las ranas como la que hace que no nos mira en la foto.

Foto de Natura Mexicana.

 

Las noches son oscuras y la vida sólo se percibe en los sonidos de la selva. Cuando no hay luna, no hay mundo que valga. Sólo el que llega de fuera, entrometido, por el río. De cuando en cuando, en el tronido insomne de un motor fuera de borda, en las lámparas que alumbran el recorrido de los pescadores, en las sombras que se desvelan en la blanquecina espuma que se pierde en el murmullo de las aguas arremolinadas.

O en la intención criminal de hombres armados, como tantos, innumerables, en México.

El comando debió llegar en lancha. Una, dos, no lo sé. Tal vez embarcaron en Chajul, o río abajo, en el poblado que está a ocho kilómetros de la estación, o más allá, en el poblado de Pico de Oro, o río arriba, hacia las cañadas. Quién puede saberlo.

Los secuestradores se llevaron a la bióloga Julia Carabias, para devolverla viva dos días después. Pero nos recordaron, sin saberlo, que en la Estación Chajul y en el proyecto que encabeza esta mujer, se juega el destino de la viabilidad ambiental de México.

Quiero entender el fondo de este ataque a lo mejor que tiene México: a Natura Mexicana, a su inteligencia  y pasión por la vida en la defensa del único territorio de selva alta que sobrevive en nuestro país.

3

 

15 de Mayo del 2014

Lo sucedido a Julia Carabias me obliga a pensar nuevamente en la selva lacandona. Conocí la Reserva de Montes Azules en un viaje fugaz en diciembre del año 2000. Y un poco más en 2009, en un recorrido en auto por el oriente chiapaneco, que pasó por Estación Chajul y los recorridos en lancha por los ríos Lacantún y Tsendales.

Recurro a las imágenes satelitales. No hay mejor manera de comprender la gravedad de la catástrofe ambiental mexicana y el significado de la Reserva de la Biósfera Montes Azules. Las imágenes de Google Earth y Google Timelapse 1984-2013 dan cuenta del hecho concreto: en los últimos cincuenta años la selva lacandona ha visto reducido su territorio arbolado de 1.8 millones de hectáreas a tan sólo 500 mil.



Lacandona 2014. El manchón verde sobreviviente es Montes Azules. En el extremo derecho, abajo, fronteriza con Guatemala, Marqués de Comillas y Benemérito de la Américas, la región abierta a la colonización campesina en los años setenta. Al centro, hacia la izquierda, la región de Las Cañadas, el territorio de la rebelión zapatista.

 

Y comparar ayuda, tres décadas. La selva en 1984 contra la selva en el 2012:



 Lacandona foto Nasa 1984. La selva al oriente del río Lacantún no ha sido devastada.


Lacandona foto Nasa 2012. La región de selva al oriente del Lacantún, devastada.

 

Podemos ver en detalle estas imágenes:



Lacandona Foto Nasa 1984. Detalle Montes Azules, río Lacantún y región Marquez de Comillas.


Lacandona Foto Nasa 2012. Detalle Montes Azules, río Lacantún y región Marquez de Comillas. La selva devastada para la producción agropecuaria.

Lo digo de nuevo: de 1.8 millones de hectáreas a tan solo 500 mil. ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Qué fuerza humana imbatible ha tumbado millones de árboles? ¿Qué Estado lo provocó? ¿Qué sociedad lo permitió?

 

4

 

17 de Diciembre de 2009




¿Qué no me oyes? Foto de Natura Mexicana.

 

No se puede dormir con el arguende de los monos aulladores. Reconozco a uno de ellos en la fotografía. Ahora es de noche, pero a todas horas vociferan, y si de esa manera marcan sus territorios espero que no me vayan a considerar un intruso.

Mientras leo el texto que me ha dado a leer Alicia Barceinas, del equipo de Julia Carabias y Javier De la Maza. Para entender lo ocurrido en los años que llevo de vida adulta:

“En cuarenta años la selva lacandona se ha reducido a menos de una cuarta parte de su área original debido a las actividades agropecuarias, los asentamientos humanos irregulares, los incendios forestales, la cacería y la tala ilegal.” (http://www.naturamexicana.org.mx/#!deterioro/cxl8)

Y repaso esta galería fotográfica:







Los biólogos han estudiado a fondo la selva. De  Natura Mexicana obtengo un resumen que no deja dudas sobre la importancia para la biodiversidad que tiene la lacandona: en el 0.2% del territorio nacional se concentra el 20% de la biodiversidad el 25 % de las especies de mamíferos, el 30% de las aves y el 40% de la mariposas diurnas.

“La vegetación en la Lacandona --afirman-- es peculiar debido a su origen fisiográfico y a la morfología de los suelos. En esta región convergen especies de origen neártico y neotropical (Toledo y Carrillo, 1992) y sólo aquí se pueden encontrar especies de plantas que tienen origen amazónico (Esteban Mtz. com pers). Además, el macizo de vegetación contiene el 27% de los helechos, el 25% de las orquídeas y el 13% de las plantas vasculares del país (Toledo y Carrillo, 1992); mantiene poblaciones silvestres de árboles maderables y otras plantas con importancia económica, tal es el caso del cedro, la caoba, la palma camedor, la vainilla y el cacao. Aunado a esto es el único hábitat de la Lacandonia schismatica; una especie que ha revolucionado el entendimiento de la biología vegetal en el mundo (Martínez y Ramos, 1989).”

Ahí, en ese macizo de selva mesoamericano que contiene también a Kalakmul en Campeche y al Petén en Guatemala, viven especies amenazadas o en peligro de extinción como el jaguar, el tapir, el pecarí de labios blancos, la guacamaya roja, la tortuga blanca y el águila arpía. En ese riesgo están 65 especies de aves, 27 especies de mamíferos, 18 especies de reptiles y cinco especies de peces que habitan la zona.

No se han ido los monos. No sé si tampoco dejarán dormir a las mariposas.



5

 

15 de noviembre del 2000

Julia Carabias todavía es Secretaria federal de Medio Ambiente. Ha invitado a un grupo de periodistas de la ciudad de México y a mí, que dirijo un noticiario en la ciudad de Puebla. Ida y vuelta en un día a conocer la Estación Chajul, el centro de investigación científica para la conservación del territorio contemplado en la Reserva de la Biósfera “Montes Azules”, la extensión de poco más de medio millón de hectáreas que ha sobrevivido a la invasión humana de la selva lacandona.

A las 10 de la mañana el helicóptero despega del aeropuerto de Villahermosa para un viaje de hora y media hasta un descampado cercano al río Lacantún, muy cerca de la frontera con Guatemala, en el vértice sur poniente del triángulo que forma la región conocida como Marqués de Comillas, que junto con el municipio de Benemérito de las Américas es el territorio selvático devastado desde los años sesenta y setenta del siglo pasado por la política de colonización campesina de la frontera sur promovida por el gobierno mexicano para marcar la raya con la subversión guerrillera en el Quiché.

 Un viaje para contemplar la devastación de la selva y el esfuerzo de la sociedad mexicana, sus científicos ambientalistas, sus funcionarios comprometidos con la preservación ecológica, sus agrupaciones campesinas que poco a poco caen en la cuenta de que la selva no resistirá al acoso del ganado y el maíz.

Veo el mapa y sigo el curso norte-sur-oriente-norte del rio Lacantún y la cuenca Usumacinta-Grijalva generadora del 30 por ciento del agua dulce que corre en todo el territorio nacional. Es una enorme herradura con su base en el extremo oriente mexicano y que llegó a contener más de 1.8 millones de hectáreas de selva alta perennifolia y de la que hoy restan no más de una tercera parte.

Selva, río, campos de cultivo. ¿Es inevitable ese destino?

 

El helicóptero vuela y yo hago lo mismo con el propósito de entender esta complicada trama ecológica, social y política que mantiene casi en un jaque mate a lo que queda del territorio más importante de la biodiversidad en el hemisferio norte de América.

En un mapa me ubico:

La selva contenida en el río Lacantún.



La selva lacandona en foto satelital del año 2000. Abajo, al centroizquierda, la presa de La Angostura; y dispersos, los lamparones de las ciudades principales, Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de la Casas y Comitán; al centroderecha, en forma de corazón, marcado sus entorno por el río Lacantún, la Reserva de la Biósfera “Montes Azules”, con su medio millón de hectáreas de selva alta sobrevivientes, con el área de Marqués de Comillas contenida por el bordo imaginario de la frontera con Guatemala. En el centro y hacia la parte superior de la fotografía, la región de Las Cañadas, el territorio del conflicto histórico de la rebelión zapatista.

 

Desde el helicóptero se pierde la vista en el follaje verde. Atrás han quedado los desolados potreros de Tabasco. Volamos en línea con las cañadas que se abren al sur de Villahermosa y se extienden interminables hacia el manchón oscuro de la selva. Vistos desde la ventanilla parecen un arañazo colosal de un jaguar contra la tierra a todo lo largo de la Sierra que guardan los Altos de Chiapas. Vista así, la sucesión de cañadas se descuelga desde las cimas que rebasan los 2,300 metros de altura en los alrededores de San Cristóbal, al poniente, y los bajíos tortuosos del río Usumacinta en  la frontera con Guatemala, que no rebasan los 200 metros sobre el nivel del mar. Alcanzo a distinguir los caminos abiertos en la selva, que poco a poco van uniendo aldeas y monterías.

Miro los caseríos abiertos a lo largo, que en el mapa reconoceré por sus nombres cristianos, apelativos que dan cuenta de la cruzada religiosa que ha acompañado el éxodo histórico de los indígenas hacia la selva, Nueva Palestina, Egipto, y que le pelean el espacio a las antiguas referencias mayas.

Laguna de Sibal, en la selva lacandona. Foto de Panoramio.

 

Aquí y allá los asentamientos campesinos, las monterías encerradas por el bosque espeso. El helicóptero da de vueltas alrededor de la laguna de Sibal, que no es tan pequeña, tal vez de un diámetro cercano a los 1,500 metros.  Los troncos pelados y esparcidos en los claros recuerdan el juego de los palitos chinos. Cuando recuperamos el vuelo, en el extremo sur de la laguna se extiende el campo ya desbrozado que lleva hasta un asentamiento en el que ya distingo el trazo blanco de una retícula de cinco pequeñas calles. El sol arde en la aldea. En el entorno de esta pequeña laguna distingo claramente plantadas por lo menos cuatro comunidades más.

Y por un momento imagino la vida de la gente en esas soledades. La de un niño plástico, feliz.



Foto de Panoramio, por Ubilio García

 

El helicóptero retoma el camino al sur.

Tengo en la libreta los datos que encuentro en el libro La destrucción de la naturaleza, de los científicos mexicanos Carlos Vázquez Yanes y Alma Orozco Segovia (Colección Ciencia para todos, SEP 1999):

Antes de la colonización humana en México la superficie arbolada probablemente correspondía al 60 por ciento del territorio nacional.

Cuando los españoles llegaron el área posiblemente alcanzaba el 56 por ciento.

Para 1984 esa extensión se redujo a no más del 22 por ciento. Cerca de dos terceras partes de bosques y selvas desaparecieron.

Y dan más detalle: en el siglo XX los mexicanos talamos 18 millones de hectáreas de bosques y 26 millones de hectáreas de selvas.

Las selvas cálido-húmedas como las que observo desde el helicóptero ocupan menos del 10 por ciento de su superficie original. Hay muchísimas explicaciones, pero hay una elemental, que va al fondo del problema: la explotación industrial de la madera. El desmonte de maderas preciosas tropicales en Chiapas, Quintana Roo y Campeche proveía el 92% del mercado del Distrito Federal en 1978.

Y otra más: la presión demográfica en el centro del país derivó en una salida sencilla para el gobierno federal --y además, estratégica desde el punto de vista geopolítico, frente a los movimientos revolucionarios en Guatemala, El Salvador y Nicaragua--: una llamada Comisión de Desmontes abrió para regocijo de innumerables políticos priistas en tan sólo cinco años 42,300 hectáreas de tierras a la colonización con planes como los de La Chontalpa y Balancán-Tenosique, en Tabasco, Uxpanapa en Veracruz y Marqués de Comillas, en Chiapas.

Cuando levanto la vista el manto verde obscuro se extiende en todo el horizonte hacia la izquierda. Abajo, aparece el espejo azul de la laguna de Miramar, con sus cinco kilómetros de diámetro, una visión que aturde por su belleza y soledad. Pero no tanta: identifico pronto los claros abiertos, los palos tumbados, las líneas blancas de los caminos, las pequeñas retículas de las aldeas. El avance humano viene del norponiente y en la medida que nos acercamos al río Lacantún que corre al sur, aparecen más y más campos abiertos al cultivo y a la ganadería. 

Laguna de Miramar, en el año 2000. A la izquierda, la comunidad de Emiliano Zapata. A la derecha, el manchón de la reserva de Montes Azules. Foto Timelapse/Google.



La laguna de Miramar. A la derecha, el mantón verde de la reserva se ha alejado claramente del espejo de agua en relación al año 2000.  A la izquierda, la comunidad de Emiliano Zapata, en foto de Google, 2014.

 

Pero a la izquierda, como si surgiera de una memoria antigua que siempre estuviera ahí, el mantón verde de la selva lacandona.

 

La media mañana es espléndida en Estación Chajul, en la orilla norte del río que culebrea y mantiene todavía inexpugnable a la selva. En la orilla suroriente identifico embarcaderos y algunos poblados. Y más allá, los campos abiertos por los campesinos michoacanos a los que uno por uno los lanchones del gobierno repartidor de selvas dejaba sembrados cada doscientos metros en aquellos años setenta. Veinte hectáreas para cada uno a partir de la línea del río. Y un machete, y una sierra, y la ilusión de vivir en tu tierra.

Y que viva el nuevo municipio Benemérito de las Américas.





Una capa de niebla no muy densa ha acompañado el aterrizaje en un descampado cercano a Estación Chajul, pero pronto se desvanece. El sol rebota contra el follaje en un paredón de más de treinta metros, denso e inmóvil, ajeno al batir de las hélices que poco a poco se detienen.

En el suelo, y de camino a la estación, pierdo la noción del horizonte. Y en un rato más, del tiempo.  No veré por un buen rato el cielo, porque los guías saben que no hay tiempo y nos meten en una de las rutas que tienen establecidas para los visitantes. Voy aturdido por las imágenes que guardo del vuelo, pero ahora mismo se pierden contra esta atmósfera casi gris que nos ha envuelto. Me doy cuenta de que tengo que ir despacio para entender en donde me encuentro: dejar a un lado las imágenes, pues de lo que veo de poco me sirven las palabras, a cualquier árbol le digo ceiba, a cualquier ruido le digo guacamaya.

“Y no se salgan de la vereda, no se vayan a perder”, dice muy serio el guía.

Su voz me devuelve a la realidad.

“Aquí puede verse la marca del agua y hasta dónde sube el río…”

La marca está metro y medio arriba de mi cabeza fija en uno de tantos troncos sin nombre. Según mis cálculos la ribera visible del río Lacantún está a unos cien metros de donde nos encontramos.

“Pero estamos en diciembre”, dice. Respiro tranquilo.

Finalmente el hombre señala un árbol descomunal que no exige un ojo entrenado para entender su importancia. Cuento seis grandes contrafuertes que sostienen un tronco que mi vista recorre hasta que se pierde entre un enrede de lianas y ramas entreveradas en las alturas. Busco un atisbo de cielo y no lo encuentro.

Una densa neblina ha cubierto Estación Chajul. Estruendo de guacamayas. Chasquidos, silbidos y cantos. El tiempo de las aves. Batir de alas de mariposas. Memoria del cielo de Montes Azules. 

Foto de Natura Mexicana.