• Emma Yanes
  • 22 Mayo 2014

Del 16 al 23 de diciembre del 2009 realicé con toda la familia un viaje inolvidable a la Selva Lacandona. El 16 llegamos al municipio de Flor del Marqués, acampamos en medio de pueblo, en el zocalito, como parte de un proyecto ecológico pionero. Los lugareños nos veían realmente divertidos y extrañados. Por la noche llovió a cántaros y realmente sobrevivimos gracias a los colchones inflables donde intentamos dormir.

 

Día 17 

Las Dos Torres.

Muy temprano los de la comunidad nos dieron de desayunar muy rico. Nos trasladamos en coche rumbo a unas montañas en la selva conocidas como Las dos Torres. El guía era un muchacho de ahí, muy uniformado y con su radio, que en la medida en que nos internábamos en la selva y subíamos y subíamos, nos iba explicando detalles sobre la flora y la fauna del lugar; yo puse poca atención, ocupada como estaba en no desbarrancarme o ser picada por alguna serpiente. A mi hija pequeña la aventábamos como si fuera una mochila de un excursionista a otro, por lo que al parecer fue la primera en llegar a la cima junto con el guía. Pero al final todos estábamos ahí, en la cumbre de la montaña con una vista inolvidable a la selva que parecía infinita, tan apretados los árboles como un brócoli.

 

Día 18

La niña y la ceiba.

 

Visitamos la región de Agua Caliente, había una ceiba majestuosa y nos colgamos de sus lianas. Nadamos en una fosa de agua cristalina, rodeada de árboles y de paz. Luego nos trasladamos a la estación Chajul, el lugar donde está establecido el proyecto de la asociación Natura. Es en realidad un paraíso. Hay guacamayas, unos pavos negros simpatiquísimos, y la famosa “mapacha”, que juega con todos. Llovía y llovía, pero no nos importó. Con una de las muchachas de Natura, estudiante de biología, hicimos el recorrido interno, como le dicen a la selva que rodea a la Estación. Ahí pudimos observar los “matapalos” enormes, creo es una especie de hierba que se come a la otra especie y deja sólo el tronco del árbol, eso entendí. Hay unas ceibas maravillosas. Y luego unos árboles cuyas raíces se mueven en busca de agua, de tal manera que literalmente hacen caminar al árbol, sí, el árbol se mueve.

Después recorrimos el Paseo de las Ceibas, son tan monumentales, nosotros si acaso teníamos el tamaño de alguno de sus contrafuertes, es decir, no éramos nada a su lado. Me produjeron un respeto propio del Concierto Barroco de Alejo Carpentier. Nos trasladábamos en lancha de un lugar a otro, casi siempre lloviendo y nos moríamos de la risa. Una gran sensación de libertad es estar ahí.

Hay en los árboles de esta selva ranas que nacen en las hojas de los propios árboles y que nunca bajan a tierra firme. Vimos también hormigueros enormes, de alrededor de 20 metros por 20 metros. Es el hábitat de las águilas pescadoras. Los tucanes cruzan el río para volver a la selva, de repente aparecen ante ti mariposas color azul fosforescente y en el camino puedes encontrarte con pozas de agua verde esmeralda.

Fuimos también a ver unas ruinas mayas, en medio de la selva, montadas las piedras unas sobre otras, donde apenas se adivina algún Dios. Cruzamos un río caminando entre dos cuerdas y después pasamos por un puente colgante. En la selva hicimos todo el tiempo recorridos bajo la lluvia, pero de tanta vegetación arriba apenas y la sentimos.

 

Día 19

En el río Lacantún.

Nos trasladamos en lancha a la estación Tzendales. No tiene luz, te alumbras con una lamparita de pilas. Eso sí, los monos aulladores no te dejan dormir, los sientes casi casi en la recámara. Luego, en lancha, sobre el río Tzendales, nos trasladamos a una pequeña isla donde la guía tuvo la cortesía de disponer de unas sillas, mantel y mesa, además de comida enlatada, para nuestro almuerzo. De nuevo en la barca, no dejaron de perseguirnos los aullidos de los monos saraguatos y en los árboles cercanos se distinguían los monos araña. Nadamos un rato en el río. Después, bajo la lluvia, recorrimos alrededor de ocho kilómetros en Cayac. Sentí una enorme alegría y una enorme paz.

 

Día 20

Por la mañana, ya de regreso en la estación Chajul, nos subimos a un mirador espléndido, donde apreciamos la profundidad de la selva, una ave muy colorida, parecida a un faisán, pasó cerca nosotros.

  Que gran trabajo realiza aquí Julia Carabias en compañía de sus cinco amazonas. Una  zona que está sin embargo marcada por los conflictos: el zapatismo, el narcotráfico, la frontera con Guatemala y los refugiados (la separación de Chiapas con ese país es de prácticamente sólo una línea en el camino), ni qué decir de la ganadería y la siembra del maíz que amenazan con terminar con la selva, un proceso sólo reversible gracias a la organización de Natura. Una zona protegida la de Montes Azules, que sin duda sobrevivirá como reserva ecológica, con la producción del 30% del agua dulce del país  (la que hace posible que entre otras empresas existan Pemex y La CFE, etc.), gracias a la vocación de organizaciones civiles como Natura. Qué suerte haber estado ahí.     

  De regreso nos detuvimos a comer en las Lagunas de Montebello, con sus aguas color esmeralda y su olor a pino.

(La foto de portada es de Natura. Las que acompañan el texto son del archivo familiar de la autora.)

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