• Sergio Mastretta
  • 19 Junio 2014

Llevo una semana en la selva. En los pueblos de la Selva Lacandona al sur del río Lacantún y desde la boca de los ríos Jataté y Jabalí hasta su confluencia con el río Salinas y un poco más allá, cuando arranca el Usumacinta y pasa por Yaxilán a la altura del poblado chol Frontera Corozal. Cerca de 215 kilómetros de ribera. De un lado, al norte, la Reserva de la Biósfera Montes Azules, en una media luna de Poniente a Oriente, la colonización campesina que como una ola irresistible y a todo lo largo de los últimos cincuenta años batió los montes a golpe de cayuco y hacha, avioneta y motosierra. Miré este viaje como el que lleva a un mundo perdido, el de un desierto verde que fue, circulado por animales milenarios en senderos invisibles, y que hoy es un enredo de aldeas enlazadas por brechas interminables que cruzan plantaciones y potreros entre manchones densos del monte sobreviviente.

La selva perdida. ¿Es así? ¿Qué pienso una semana después luego de escuchar las voces campesinas en la ribera de un río que por razones todavía incomprensibles para mí permanece como un cerco infranqueable que guarda la reserva de Montes Azules? La mayor parte son voces que hablan de conservación y que sí imaginan que la recuperación de su selva, como la llaman, es posible. ¿Será la que viene una historia ganada a la devastación?

 

1

Ahora mismo, el lunes 16 por la noche, el cielo se cae en un apretado golpe metálico sobre la casa que me alberga en Chajul. Aquí todos dicen que la lluvia sobre el zinc los arrulla, pero tengo mis dudas. Pasamos en un segundo del murmullo juguetón al diluvio estremecedor. En la última media hora el techo ha hervido dos veces en lapsos de cinco minutos inclementes, pero ya se escuchan las ranas como un presagio de que no tarda en amainar la tormenta.

También la luz va y viene. Y entre ventarrones y árboles desgajados, truenos y colapsos eléctricos sufre el espíritu futbolero que también azota estas tierras, pero nuestros corazones mundialistas carecen de la resistencia del zinc.

Han callado de nuevo las ranas. Arrecia de nuevo la furia del cielo sobre las aguas turbias del Lacantun.

 

2

Viernes 14. Acahual le llaman en los pueblos de la selva a los campos que por un tiempo se abandonan a la fuerza del agua y al milagro de las semillas voladoras. En Playón de Gloria atravesamos un potrero que un campesino decidió hace cinco años devolver a la naturaleza. El hombre distingue uno por uno los árboles que le señalo: ceiba, canchán, huayacán, pomela, palo buscado, laurel negro, árbol de pozol, fierrillo, comida de loro, plumillo, amargoso, huapaque, chalom, chalóm de montaña, lagarto, zapote de agua, quina, ramón, maculis…

Todos entre tres y diez metros. En cinco años una pequeña selva.

El sábado 15 me muestran otro acahual. Está en la embocadura de los ríos Jabalí (Santo Domingo) y Jataté, donde en estricta medida arranca el Lacantún, al sureste de la reserva de Montes Azules, unos kilómetros debajo de la laguna de Miramar. Tiene diez años que dejaron esa ribera a la acción recuperadora de la naturaleza. La fronda alcanza los veinte metros.

Por el Jataté bajaron miles de trozas en aquellos años de la bonanza porfiriana para los madereros de Tabasco. Hasta Tenosique, cuatrocientos kilómetros río abajo, como un rastro de hormigas rojas entre los pedregales, flotaban drenando la sangre de la montaña.

¿Será que la Lacandona no está definitivamente perdida?

Para cualquiera que no sepa, lo que se mira es selva. Luego me recuerdan que varios de los árboles que lucen su figura al sol de mediodía pueden alcanzar tranquilamente los cuarenta metros de altura. Cincuenta años no son tanto tiempo. Observo los remolinos furiosos que elaboran en su encuentro los dos cauces enfrentados. Mientras, los hombres que me acompañan narran una escena policiaca de la picarezca de este pueblo llamado Democracia, con la historia de un malandrín que terminó refugiado en el islote de selva virgen que forman los dos ríos. Yo divago y asumo que la biodiversidad de la vida remontará sin contratiempos el caudaloso río de la insensatez humana, y que para entonces, ninguno de los que ahora nos maravillamos con el espectáculo de la crecida de los ríos de junio estaremos para contarlo.


El río Jataté.

3

Truena el zinc sobre mi cabeza. Los sapos refunfuñan en silencio.

¿Cuál es el rumbo entonces de la investigación que me trajo a este extremo de la frontera de la sobrevivencia?

Hay otros acahuales que aparecen en el camino. Los que fueran potreros y maizales abandonados por unos años a la actividad agropecuaria hoy lucen interminables plantaciones de palma africana y hule. Y todos los que se abren día tras día para la producción ganadera con el sistema de “ir a medias”: un patrón --que puede ser una empresa como Sucarne o un comprador de ganado guatemalteco-- pone las reses y el campesino productor los pastos plantados en su potrero; en seis meses si los progresos técnicos ayudan o en un año si se deja libre a los bovinos, el animal se vende, el patrón recupera su inversión y divide las ganancias por la mitad con el productor.

¿Recuperación o devastación? ¿Cuál es el futuro? ¿Y yo por dónde llevo mi investigación periodística? En mi libreta he apuntado que intento responder esta disyuntiva a partir de las voces campesinas que durante los últimos cuarenta años han sobrevivido con sus saberes campesinos --lo han intentado todo: la agricultura de autoconsumo (maíz, frijol) y para el mercado (cacao, chile, palma africana, hule y un buen número de etcéteras), o la ganadería de cría o de engorda-- y han tumbado tres quintas partes de lo que fueran las 200 mil hectáreas de selva en Marqués de Comillas.

Y me he dicho que debo describir la trayectoria seguida por estos campesinos aventureros extremos que abrieron a pie y en cayuco los senderos de un enorme territorio virgen todavía en 1970. Y que lo ocurrido --esta inmensa migración hormiga que atrajo por miles a los hombres sin tierra de toda la república-- ha tenido tres momentos fundamentales que derivaron en la devastación: la llegada de cerca de 25 mil refugiados guatemaltecos que escapaban del terror guatemalteco en el Ixcan y el Quiché en 1981 y que intercambiaron su fuerza de trabajo por el maíz de su sobrevivencia con los campesinos mexicanos, el levantamiento zapatista en 1994, que volcó sobre Chiapas y la selva la carretera fronteriza y el dinero de los programas agropecuarios, y la manifiesta entrada de esquemas capitalistas de producción que atrapan sin clemencia la economía campesina en la última década.

Debo detallar entonces el errático comportamiento de las instituciones del Estado mexicano en todos los órdenes: al alentar la migración campesina-indígena en el auge de los movimientos agraristas chiapanecos de los años setenta --aplastados por la maquinaria criminal de la alianza entre finqueros, funcionarios públicos y oficiales del ejército mexicano-- en lugar de realizar una profunda transformación de la semifeudal estructura de la tenencia de la tierra en el Estado de Chiapas; con la creación de innumerables y fallidos programas de desarrollo agropecuario sin asomo alguno de planificación y de consecuencias catastróficas --como la apertura de permisos de explotación forestal en los noventa y la introducción de monocultivos como la palma en la última década, sin olvidar proyectos de vainilla, cacao, chile y otro larguísimo etcétera--; o la operación de programas de desarrollo social contradictorios e inviables, como los opuestos en sus propósitos Oportunidades y las campañas de planificación familiar, en el marco de un crecimiento demográfico superior al 4 por ciento anual, particularmente entre los pueblos Tzeltales asentados en la región de Palestina, al norte de Montes Azules. Y entre todos ellos, asediado por los programas agropecuarios de SAGARPA, los complicadísimos y burocráticos esfuerzos contemplados en el Programa de Pago por Servicios Ambientales operado por la CONAFOR.

En este largo y denso párrafo las ranas han regresado por sus fueros orgiásticos y han tenido que callar por el reclamo del cielo y su estruendo de zinc.

4

Quiero entender los éxodos campesinos en el siglo XX.

La solución final de las guerras revolucionarias, como la Cristera, que arrojó hacia la sierra de Guerrero a sus líderes bajo pena de muerte en la tierra caliente, desde Coalcamán hasta Nueva Italia. Y de ahí a Petatlán, y más abajo a la costa chica en Oaxaca. Una generación después, a principios de los setenta, el rumor corría extendido por aquellas costas del Pacífico: el gobierno está repartiendo las tierras nacionales al que las quiera.

Y el largo aliento del terror de los terratenientes chiapanecos y sus aliados eternos en el gobierno federal contra los indígenas de todos sus pueblos, Tzeltales, tzotziles, choles y tojolobales, quienes por más de un siglo han aplicado contra “los indios sublevados” una política de exterminio contra la insurgencia agraria, y fundada en dos soluciones extremas: la violencia del ejército y los paramilitares y la expulsión a la selva, a las “tierras nacionales”, hacia ese desierto verde en el que vivían silenciosos los indios lacandones.que

Y en el fondo, como una erupción incontenible, la explosión demográfica de los sin tierra. Dos rutas tuvo el hambre profunda que no contuvo la explosión de la sangre y la sobrevivencia provocada por los antibióticos: la del norte en su caudal extremo hacia el sueño americano que por oleadas se llevó a Zacatecas, Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Oaxaca, Guerrero,  y más recientemente  Veracruz, Puebla y Chiapas; y la de la selva, la que llevó a los indígenas chiapanecos sobrevivientes del terror finquero a las Cañadas de Ococingo y las Margaritas.

 

Escenas de la vida diaria.

5

Domingo 15 por la noche. Cinco o seis muchachos de Chajul han sido detenidos por la policía local que sin armas de fuego ni toletes, no digamos uniformes, hace el rondín en el ejido. Se les acusa de robo: un atraco a la tiendita escolar y hurtos en los traspatios. Por la mañana, en una asamblea los ejidatarios decidieron pasar a los hechos pues las denuncias por robo de los vecinos ya no se pueden dejar de lado. Son puros chavos, aunque alguno ya ronda los dieciocho años.

Me dice uno de los ejidatarios: “Hasta hoy nadie había tomado la decisión de meter a la cárcel a alguien en el ejido por el temor de que después salga nada más para matarte.”

Por lo pronto han impuesto nuevamente el toque de queda a partir de las 10 de la noche. Y no sólo para los jóvenes.

No hay calabozo en Chajul. Desde la tarde, así como los fueron encontrando los llevaron al salón ejidal, en la planta baja del quiosco. Ahí pasarán la noche. Sus padres pagarán una multa de 500 pesos y se los llevarán con la amenaza de que a la próxima el pago será de cinco mil pesos. Los hombres con los que hablo del asunto nada me dicen cuando les pregunto si a la tercera los consignarán ante el Ministerio Público.

6

Un cartel alerta a los vecinos a la entrada del pueblo Democracia, plantado en el arranque del río Lacantún en el territorio de la reserva de Montes azules. Aquí el toque de queda es a las 9 de la noche. Y la multa por deambular en la calle a deshoras es de 500 pesos.

Nicolás, un campesino de origen chol no se preocupa. Él no está despierto después de las ocho de la noche. A las cuatro ya va rumbo de su maizal que ahora en junio ya levantó tres palmos sobre la tierra.


Cartel en Democracia, municipio de Maravilla Tenejapa, en la orilla suroeste de Montes Azules.

7

Carretera Fronteriza, en el ejido Nuevo Orizaba. A un kilómetro Guatemala con un caserío de tendajones que llaman La Línea y en el que encuentras maíz Valle Verde, bicicletas, llantas y otros chunches que no encuentras fácilmente en los comercios ejidales de Marqués de Comillas. También del otro lado las dos torres con las células que las compañías telefónicas Claro, de Telcel, y Tigo, de Movistar, y la de IUSACEL, todas controladas desde México,  no han querido instalar del lado mexicano. Todo mundo aquí, empezando por los soldados con sus tablets y sus fusiles y siguiendo por todo aquel que por estos rumbos logre pagar y tener en sus manos un aparato, compra sus recargas en innumerables comercios que todo el día las venden.

Los campesinos compran el quetzal a 1.60 pesos mexicanos. Los braceros guatemaltecos que trabajan en el corte de la palma africana y en los potreros ganan un promedio de cien pesos diarios. También he visto a alguno de ellos entretenido con la pantalla de su celular.


El nuevo Puerto Fronterizo que ha construido el gobierno federal en el poblado de Nuevo Orizaba.

8

Un tráiler repleto de reses da la vuelta a la barda de block que por dos kilómetros rodea el nuevo recinto, todavía no inaugurado pero que prácticamente está terminado, que el gobierno mexicano ha construido de este lado de la línea. Porque en este punto la línea ya no es imaginaria: el Sistema de Administración Tributaria (SAT) estrenará un nuevo “puerto fronterizo” resguardado por el ejército para poner orden en el paso de personas y mercancías en el único punto que une nuestro territorio con el guatemalteco en todo lo largo de los más de 300 kilómetros de línea fronteriza. Por el momento a nuestros vecinos chapines no les apura mucho el asunto y no pasan de mantener un lucrativo negocio local mientras ven pasar los cargamentos con las reses centroamericanas.

En las treinta hectáreas que compró el gobierno federal a algún suertudo ejidatario se propone también, según cuentan en este vecindario, construir un centro de detención final de migrantes centroamericanos a los que los funcionarios de Migración lograron capturar --dicen ellos “rescatar”-- en su viacrucis hacia su sueño americano.

Alessandra atiende en un pequeño restaurante de tacos de cabeza, adobo y bistec que acaba de abrir hace veinte días, pero tiene la mirada y la esperanza a un kilómetro de aquí, en ese edificio con todos los rasgos mastodónticos del gobierno federal: acaba de terminar una maestría en administración aduanal en una universidad en el puerto de Veracruz.

--Seguro tendrán una oportunidad para una muchacha de la localidad --le digo para estar a tono con su rostro iluminado de futuro--, ojalá te apoyen las autoridades de por aquí.

--En eso ando --me dice--, mi papá es el presidente del comisariado ejidal.

Buena idea. Y mejores los tacos. Y memorable para mí el 2-1 de la selección italiana sobre los ingleses que disfruto muy campante en este extremo mexicano al que el Estado quiere traer no sé si la esperanza de mejorar sus ingresos y egresos pero sí un empleo más que posible para esta joven taquera que no deja de sonreír a su única clientela.

 CONTINUARÁ EN TERCERA PARTE

Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates